Cerrar con Islandia

Esta será la última entrada de este blog mío, que ha sido hogar para mis palabras desde hace cerca de cuatro años. Aquí quedará, como muchas entradas olvidadas de diario en tantos cuadernos extraviados.

Volar es una suerte de teletransporte

,pienso mientras atravesamos Francia por el aire. Hace menos de media hora que despegamos desde Barcelona y ya hemos recorrido todos estos kilómetros… Como es de noche, miro por la ventana y no soy capaz de ver nada. Quizás alguna luz perdida que logro divisar entre capas de nubes de color plomizo. Esa imposibilidad de ver el terreno bajo el aparato volador me hace pensar que esto es lo más parecido al teletransporte.

Subes a una caja con ventanas diminutas, notas ciertos temblores y vibraciones, y a los pocos momentos apareces en un lugar muy alejado de tu punto de partida. Es algo que, sobre todo al volar de noche, resulta mágico.

La posibilidad de partir una mañana de Granada y aterrizar por la noche de ese mismo día en una isla lejana. Una isla cubierta por placas de hielo vetusto. La maravilla aplastante de saberte capaz de subir a un avión para recorrer espacios y tiempos. Cambiar la hora del reloj. Mudar la ropa. Acomodar la carne a otra temperatura. Respirar aires tan diversos, o tan iguales.

Viajar sola me produce un placer antiguo, me siento una exploradora de mundos desconocidos. Aunque me dirija al terreno que una vez fui mi casa, sigo teniendo sensaciones intensas y novedosas, emocionales, que me remueven entera.

Abrazo estas sensaciones conocidas aunque casi olvidadas y me dejo arrastrar por ellas, mecida, rugiente, voladora.

Volver

Al regresar a Reikiavik, donde viví dos años, me doy cuenta de lo aleatorio que fue acabar aquí. Había venido una vez de viaje (va a hacer 10 años de eso) y me había impactado mucho la isla, que recorrimos entera.

Cuando sentí que la vida me estaba apretando por encima de mis posibilidades en Granada, no lo dudé: decidí que me iría sola a Islandia. Compré un billete sin saber qué me iba a encontrar (laboral y socialmente) y me lié la manta a la cabeza. Ahora miro en retrospectiva todos aquellos días y pienso que se me fue la pinza. Pero también entiendo que me encontraba tan cansada que no me habría servido un camino cercano ni una salida fácil.

Necesitaba una hostia bien dada, un aire frío, una cascada. Llegué a principios de marzo y me recibió la ventisca. Empecé a trabajar en los desayunos de un hotel y me tocaba caminar bajo la nieve de madrugada para llegar a las 6 a ponerles cafés lattes a los turistas. De turista había pasado a trabajadora. De visitante a… ¿residente?

Me doy cuenta de que mi naturaleza me hace ser capaz de apreciar y disfrutar casi cualquier lugar. Porque llegué a amar de una manera muy rara esta tierra, eso lo tengo claro. Igual que habría sido capaz de amar casi cualquier otro lugar. Pero Islandia me lo puso fácil. La naturaleza salvaje me ayudó a conectar con cosas de mi que yacían dormidas, como las entrañas de un volcán. Qué bueno fue rugir, moverme bajo la ventisca, caminar contra el viento, aferrarme a mi cuerpo caliente.

Qué valentía me reconozco ahora. Y cuánta gente increíble encontré por el camino, y cuántos momentazos que atesorar ahora desde la prudente distancia que me permite el clima emocional actual, uno cultivado en mi tropical jardín particular.

Ir a un concierto sola

La sala está vacía cuando llego. He estado aquí muchas veces, pero nunca sola. Venía con amigxs o con R, y siempre encontrábamos a gente conocida. Salíamos a fumar a la terraza, más concurrida que la propia sala.

Esta noche nadie puede venir conmigo (la gente trabaja, yo vengo de “vacaciones”). En la puerta pregunto de quién son los conciertos. Electrónica y synth, me responden las porteras. Pago la entrada y pido una white ale con una rodaja de naranja. Huele como recuerdo que olía. En los baños, que no tienen indicaciones por género, hay salvaslips, compresas, tampones y velas sobre una repisa de madera oscura. Recuerdo haber meado muchas noches aquí agarrada a las paredes por los efectos de una cantidad de cerveza puedeque obscena.

Me siento en una mesa, justo delante del escenario, y empiezo a escribir esto.

Se acerca una persona con barba y largo pelo rubio y, señalando su pie mientras estira la pierna en el aire, me explica: llevo tacones. Me habla en inglés, pero con ese acento tan particular islandés. Yo no engaño a nadie: me huelen a la legua que no soy de aquí.

Yo le respondo que “nice” y ellx parece decepcionadx. Se sienta en la mesa de mi lado derecho y nos disponemos a esperar al primer grupo.

Dos chicas siniestras hasta en el caminar se adueñan del escenario, que llenan de figuras y muñecos diabólicos. Las dos llevan pasamontañas, con el nombre del grupo bordado en la frente: Madonna and child.

La música tiene unas bases flipantes y me levanto cerveza en mano a bailar a solas. Más gente baila, así que en cierto modo estamos acompañadas todas. Las del grupo se despiden: it doesn’t matter, cause anyway you are going to dieeeeee.

Aplausos, luces apagadas. ¿Qué me esperará después?

(Me guardo los otros dos shows para futuros escritos, porque el espectáculo da para mucha historia)

*

Al regresar a la habitación que he alquilado, horas después, camino bajo un viento que me transporta y me da la sensación de que me va a levantar en cualquier momento del suelo. Hace mucho frío, me protejo con la capucha del chaquetón los oídos, doloridos por el aire gélido y veloz. Me cruzo con mucha gente borracha, sobre todo chicas jóvenes, que caminan sin medias y con chaquetas vaqueras de entretiempo abiertas, o mal abrochadas. El contraste entre mi ropa y la suya es brutal, parece que estuviéramos experimentando climatologías completamente opuestas.

Las piscinas públicas en islandia son un microcosmos húmedo y cálido. Los vestuarios, un paraíso de pieles desnudas de todas las edades. Para entrar al agua, todas tenemos que lavarnos el cuerpo desnudo en las duchas comunes. Después, estás lista para ponerte el bañador y salir al exterior helado. Las piscinas están al aire libre. Suele haber al menos cuatro en cada complejo acuático. Con aguas que van desde los 38 hasta los (imposibles para mi y mi tensión baja) 44 grados. También hay sauna y baño de vapor y para completar el ritual te metes en otra poza que está entre 6 y 8 grados. Al salir, la carne está caliente y el aire helado se convierte en una caricia caliente. Luego, cuando vuelves a meterte en una piscina caliente, sientes como si tu piel estuviera siendo atravesada, de dentro a fuera, por miles de agujas metálicas. Para ir de una piscina a otra a veces tienes que caminar muchos metros moviéndote, mojada, en un ambiente hostil: ventoso, seco, gélido, como el aliento de una diosa de hielo.

En los vestuarios está prohibido el uso de teléfonos móviles, pero yo el otro día estaba sola en la piscina del centro, la más antigua de Reykjavík, y me permití sacar mi teléfono para fotografiar mi reflejo en un espejo de los vestuarios.

Me fascina que todas las mujeres* compartamos ese espacio libre de juicios. Mayores y pequeñas, preparándonos juntas para la fiesta del agua caliente. Las piscinas en islandia son una locura de placer acuático y también unos espacios geniales, amables, que actúan como centros sociales para el encuentro o el necesario descanso solitario. Sea conmigo misma o acompañada, me flipan.

He vuelto de visita a #reykjavik, una de las ciudades más extrañas que jamás he conocido. Seguiré informando!

Contraste y balance

Esta tarde he vuelto a la habitación en Reykjavik bajo una llovía violenta y un viento fuerte muy desagradables. He llegado, me he quitado la ropa empapada y me he dicho: por esto me fui.

Luego el viento se ha calmado y el cielo se ha abierto. Me he ido a dar una vuelta por la bahía y caminando paralelamente al agua por el paseo me he encontrado una exposición de fotos increíble. Más animada, he continuado hasta el faro amarillo. Unos doscientos metros antes de llegar he divisado una cabeza redonda, negra y brillante asomando en la superficie del agua. He saltado a las rocas que bordean el paseo y entonces las he visto: focas juguetonas nadando y entrando y saliendo del agua. Se veían cabezas, lomos que parecían de látex y ojillos como canicas negras enmarcados por una sonrisa llena de bigotes.

Por estas cosas me quedé. El rosa del cielo en contraste con el amarillo del faro. Las criaturas llenas de gracia que se te cruzan si te decides a salir de casa aunque el tiempo no sea agradable ni fácil.

Islandia es un poco como la vida, a ratos difícil pero definitivamente apasionante.

*

Regreso a Granada sintiendo que dejo atrás un hogar para dirigirme a otro.

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